No todas las partes del animal valen para elaborar moscas de pesca hechas con la famosa pluma de gallo de León. De hecho, sólo se realiza la pela en la zona del cuello, la riñonada y la colgadera. El valor de estas partes radica en el brillo que poseen, su pigmentación y la capacidad de absorber la luz una vez puestas en el agua y en acción de pesca.
Las correspondientes al cuello, por su forma (se trata de largas tiras con hebras muy cortas) se emplean para simular alas de insectos al enrollarlas en el anzuelo formando el llamado collarín o hackle en inglés.
Las que se extraen de la riñonada están consideradas las más valiosas. Esta zona dorsal posterior del gallo da unas plumas redondas y cortas que desde hace siglos son usadas para elaborar la llamada “mosca ahogada leonesa”. Ésta se realiza colocando, una a una, hebras que se atan desde un extremo del anzuelo y dan la imagen de un insecto muerto.
Para su comercialización se agrupan en “mazos” de 12 plumas, que se pueden vender por unos 6 o 7 euros si son de calidad media. Por su parte, las de colgadera son largas y estrechas y las menos apreciadas aunque igualmente válidas para elaborar señuelos.
El gallo se pela tres veces al año
Estos animales llegan a alcanzar un peso de tres kilos y una altura de 50 centímetros, viviendo unos 10 años. Dan sus primeras plumas a los 9 meses y son útiles hasta los 5 años, a partir de los cuales va perdiendo calidad hasta ser inservible para el fin con el que son mantenidos. Durante este periodo son tradicionalmente mujeres las que se encargan de realizar la principal labor de su crianza: la pela.
