
Desde hace unos cuantos años la progresión de la pesca de mar es un hecho incuestionable frente al relativo parón de técnicas, mercado y posibilidades que ofrecen los ríos, fundamentalmente en especies como la trucha o el salmón. El agua salada está de moda, y ahora parece que los principales fabricantes de material se están volcando en la innovación y el desarrollo de equipo específico para el mar.
La mayoría de los distribuidores y comercios especializados se quejan además del tremendo bajón que ha dado la modalidad que parecía tener más tirón entre los aficionados: la mosca. Y apuestan claramente por otras cañas, otro tipo de señuelos y cómo no, por material de mar como una de sus opciones más rentables. Con este panorama parece que hemos encontrado en el jigging el paradigma moderno de la diversión. Una de las vertientes de la pesca que aumenta en seguidores día a día. Y no es otra cosa que la modernización de una técnica tan antigua como la pesca con señuelos metálicos y muy pesados -hasta un kilo llegan a tener algunos- lanzados a fondo y recogidos a gran velocidad.
La ejecución es simple, aunque se requieren buenas dosis de esfuerzo y lógicamente una embarcación para poder practicarla. Con el jigging, llega la hora de la apuesta más fuerte, de sacar todo su jugo a esta modalidad y el momento de plantearse grandes retos como capturar predadores marinos de gran talla con caria y carrete de lance ligero. Un privilegio que sólo acostumbraban a tener los pescadores de curricán.

El giant trevally o GT, una de las capturas de mar más codiciadas del mundo, también por los pescadores de jigging.
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