Introducción del cangrejo señal en España: una polémica historia de conservación

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Cuando en los años 70 una fuga imprevista de cangrejos rojos (Procambarus clarkii) en el Guadalquivir comenzó a devastar a la especie autóctona (Austrapotamobius pallipes), pocos podían pensar que se llegaría a la situación actual. Hoy, una tercera especie, el llamado señal (Pacifastacus leniusculus) es la apuesta de los organismos de medio ambiente para suplantarlo. Mientras tanto, se lucha denodadamente para que los últimos reductos del cangrejo de río autóctono no se extingan de las cabeceras donde aún sobrevive.

Probablemente, nadie sabrá lo que es un río con cangrejo autóctono dentro de muy pocos años. De hecho, quien lo quiera conocer hoy lo tiene casi tan difícil como observar a un lince cazando o a un oso desperezarse. Porque a pesar de que existen numerosas poblaciones, los biólogos las guardan en secreto y con mucho recelo para preservarlas: es la única solución para que los intentos que se hacen por salvarlo puedan tener alguna posibilidad. 
Hasta mediados de los años 70, la única especie de crustáceo de agua dulce que se conocía en la Península Ibérica era el cangrejo de río, un animal que habitaba las zonas altas y limpias de los ríos y del que vivían muchas familias. Se estima que su pesca, para aquellos que la explotaban en 1962, sumaba 5.000 toneladas anuales, que a día de hoy supondrían de 30 a 50 millones de euros.
Pero la sobrepesca y la aparición del hongo mortal de la afanomicosis, unidas a la destrucción paulatina de su hábitat, la contaminación o la desnaturalización de los ríos, acabaron por demostrar que no era viable económicamente y que empezaba a escasear en algunas regiones. Era el comienzo de un declive con muchas otras consecuencias.
Los primeros experimentos con cangrejos alóctonos en España
Los acuicultores encontraron en los años 60 y 70 el camino libre para probar con otras especies. Una vez que quedó constatado el escaso futuro de la variedad autóctona, comenzaron a realizarse introducciones con cangrejos de otras latitudes, con el único fin de comprobar su viabilidad como negocio para la venta de su carne. El objetivo era ver hasta qué punto podían aclimatarse.
El primer intento se hizo con el llamado cangrejo noble, de origen centroeuropeo y finlandés. Más tarde, en 1973, con el cangrejo rojo en la provincia de Badajoz, con el cangrejo señal al año siguiente y, finalmente, con una partida de cangrejos de patas delgadas procedentes de Turquía.
Incluso en 1983 se probó, sin éxito, el cultivo en granjas de Cataluña con un lote de cangrejos australianos que, además de carecer de permisos para su explotación, acabaron de forma ilegal en aguas de Zaragoza, donde todavía se ven ejemplares. De todos ellos, el cangrejo rojo fue el que mejor parecía aclimatarse a nuestras aguas. De hecho, sigue siendo la especie más extendida por todo el mundo y, a diferencia de otras introducciones, la suya estuvo perfectamente documentada.
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Nido de cangrejo señal en España.

En junio del 73, una partida de ejemplares procedentes de Nueva Orleans (Estados Unidos) se soltó en una finca de arrozales de Badajoz y al año siguiente se decidió repetir la operación a gran escala, con el beneplácito del antiguo Instituto para la Conservación de la Naturaleza (ICONA) y con la intención de obtener un rápido y jugoso rendimiento económico.
Para ello se escogió una extensión de 28.000 hectáreas en los arrozales de la Marisma Alta del Guadalquivir. En mayo del 74, una fecha fatídica para los anales de la biología española, se llevaron a Sevilla los 500 kilos de cangrejos rojos destinados a poblar las aguas de este río y dar de comer a empresarios. Fue el comienzo del fin.
A pesar de que muchos de ellos murieron durante su transporte, finalmente llegaron hasta un vivero de Puebla del Río (Sevilla), de donde escaparon al encontrarse rotos los filtros y mallas de protección, comenzando a colonizar de manera natural canales y caños. Lo que en un primer momento parecía una fuga accidental se convirtió, a los pocos meses, en una población estable que abarcaba todo el Bajo Guadalquivir y el parque nacional de Doñana, dando lugar a los primeros centros de cría.
La afanomicosis
A la vez que se comprobaba su extraordinaria facilidad para reproducirse -y, por tanto, obtener ejemplares-, se detectó un imparable carácter invasor. Poco a poco fue ascendiendo por ríos y cuencas hasta convertirse, a mediados de los 90, en una especie presente en casi tres cuartas partes del país. Hasta entonces, la peste del cangrejo, provocada por el hongo Aphanomyces astaci, era una enfermedad que llegaba hasta el cangrejo autóctono de forma ocasional, aunque casi siempre letal.
Con la aparición del cangrejo rojo, esta eventualidad pasó a convertirse en la muerte para el cangrejo autóctono, ya que éstos actúan como vectores de la peste, transportando el parásito de forma crónica pero siendo inmunes a ella salvo en casos muy concretos. El recién llegado fue transmitiendo así la enfermedad a todos los cangrejos a través de esporas en el agua, hasta erradicarlo de todos los ríos y embalses donde coexistían, sin remedio natural o artificial para poder frenarlo. Este hongo se detectó por primera vez en Europa, en Italia allá por 1860.
Procedía de América, donde algunos ejemplares habían resultado infestados. De allí se extendió al resto del continente, con un primer caso en Suecia en 1907, y a otros países por medio de esporas adheridas a elementos del pescador como botas, reteles o aparejos. Por otro lado, la suelta efectuada por particulares en ríos, lagunas o charcas, con el único fin de que volviese a haber cangrejos, terminó por generalizar el hongo.
En España se verificó por primera vez en 1958, con mortalidades más o menos altas; hasta que se produjo la llegada del cangrejo rojo, momento en el cual el problema pasó a otra dimensión.
¿Recuperar o sustituir el cangrejo autóctono español?
Ante este panorama, los biólogos se enfrentaron ante un dilema: ¿cómo recuperar un cangrejo autóctono con muy pocas posibilidades de supervivencia? Entonces se planteó la posibilidad de sustituirlo por otra especie de similares características, con un aspecto parecido y mucho menos voraz y lesivo que el cangrejo rojo. Las experiencias realizadas con el cangrejo señal y una circunstancia fortuita, la fuga accidental de la astacifactoría de San Esteban de Gormaz (Soria), a principios de los 80, acabaron por dar la solución: éste sería el sustituto perfecto. La calidad de su carne -para los pescadores- sería de gran valor y se mostraba capaz de colonizar las zonas despobladas.
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Río Arga a la altura de Quinto Real (Navarra). Foto: Ion Maran

El cangrejo señal, muy cercano a nuestro autóctono, se considera como un homólogo ecológico aunque de origen americano y pertenece, a diferencia del rojo, a la misma familia, los astácidos. Muchos países europeos repoblaron sus ríos durante el pasado siglo con esta especie, por muchos motivos.
El principal de todos ellos es que puede frenar la expansión del rojo, al ser más grande y poderoso; cumple, además, la misión ecológica de crustáceo que barre el fondo de desperdicios animales y aporta una alternativa de pesca que antes no existía. Sin embargo, cada una de estas afirmaciones tiene su controversia. En cuanto a que ejerza de efecto barrera para el cangrejo rojo, es un hecho que no se ha comprobado científicamente.
Tampoco se ha demostrado que su función ecológica no se pueda suplantar por el tratamiento de las aguas de los ríos. Y, finalmente, el que se permita su pesca da lugar a que individuos furtivos vuelvan a echar los ejemplares capturados en masas de agua no controladas.
Y sobre todos estos factores, otro fundamental: el cangrejo señal también es portador de la afanomicosis y, por tanto, no podría convivir con nuestra especie. La llegada de este animal no fue por tanto una introducción legal y controlada, pero la Junta de Castilla y León, en su momento, apostó ante este nuevo inquilino; más aún, cuando pudo comprobar que todos los intentos por recuperar el cangrejo autóctono habían resultado vanos.
En algunas provincias como Zamora, Burgos, Salamanca o León, la tradición cangrejera es algo tan ancestral que suponía casi un cambio de hábitos para muchas familias de pueblos ribereños. Ya con la certeza de que en el Duero y afluentes poblaban sus aguas, se decidió autorizar en 1995 la pesca, de forma experimental y controlada, para determinar su grado de repercusión, mediante la concesión de 11.000 permisos que fueron otorgados a título personal y gratuito. Los resultados de entonces fueron alentadores y constataban el asentamiento del cangrejo señal, que poco a poco se ha convertido en una alternativa real.
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Coto de cangrejo señal en Castilla y León.

En la actualidad, hay varias comunidades autónomas donde de manera oficial existen poblaciones, principalmente en Castilla y León, País Vasco y Navarra, aunque también La Rioja, algunas comarcas manchegas y otras cántabras disponen de núcleos aislados estables. Fruto de esta política de sustitución de una especie por otra se ha creado toda la infraestructura necesaria para garantizar el futuro.
La primera de todas estas medidas es legislar su pesca, cosa que se hace antes de que comience la temporada del cangrejo (de mayo a julio/agosto) y determinar los ríos en los que se encuentra, aleccionar a los pescadores para que distingan las tres especies y que no haya confusiones, y evaluar en cada temporada cómo han sido los resultados para planificar la siguiente campaña de repoblaciones, con la idea de que cada año sean más los ríos y embalses donde se encuentra y, a ser posible, ir eliminando a los cangrejos rojos.
La muestra más significativa de este progreso se da en Castilla y León. Si inicialmente se permitía la pesca en un río, ahora son muchos entre acotados y zonas libres, repartidos entre Soria principalmente, Burgos y Segovia. En Navarra, por su parte, la idea no es tanto erradicar al cangrejo rojo como fomentar una actividad. Ríos como el Arakil, el Arga, el Cidacos o el Ega, por citar algunos, se llenan cada tarde con cientos de reteles.
Aún así, todas estas regiones luchan paralelamente por conseguir otro fin: recuperar al autóctono, aunque cada vez con menos esperanzas. La realidad es otra y los resultados mandan: hay que acostumbrarse a que el cangrejo se llame, ahora, señal.

Una Respuesta

  1. Luis Trujillo

    Una pena que se haya apostado por los invasores.
    Son un problema que ademas de ser incompatible con el cangrejo autóctono, es muy perjudicial para otros seres del ecositema.
    Por lo que se ve en tu articulo el Icona apostó por el cangrejo señal…